Rígido
Rígido: que no se puede doblar.
Severo, inflexible.
Los abetos son unos árboles muy
interesantes, adaptados al clima que les toca vivir. Sus ramas están
curvadas hacia abajo. En invierno, la nieve se acumula en sus ramas
hasta que el peso es tal, que las ramas, simplemente ceden al peso y
la nieve cae. La rama recupera la posición y así sigue viviendo
para otro invierno.
Los pinos mediterráneos no tienen esa
suerte. Sus ramas están dispuestas hacia arriba, ya que el clima así
se lo permite. Aunque existen desafortunadas épocas de su vida en
que la nieve también les visita. Y también se acumula en sus ramas.
Y pesa. Y al final, sus ramas rígidas, no resisten el peso y se
rompen.
Así las personas nos adaptamos al peso
de lo que nos sucede en la vida con mejor o peor suerte, y así
salimos adelante o nos rompemos.
La vida no es de una única manera.
Aunque así nos lo hayan hecho creer. Siempre hay más de un camino
para llegar a casa. Sin embargo, a veces nos volvemos rígidos,
esperando que suceda y se haga aquello que se supone que debe hacerse
y que debe suceder. Y así nos quedamos. Rígidos. Esperando. Sin
movimiento. Sin evolución. Sin avanzar.
Es la rígidez uno de los motivos del
sufrimiento. Quedar a la expectativa de que algo pase. Y esperar. Sin
movernos. Sufriendo por lo que no llega.
Existe una máxima en Aikido, un arte
marcial japonés: ceder para vencer. Nos han enseñado que ceder es
de débiles y que debemos mostranos fuertes. A veces, en consulta,
los pacientes me dicen: “debo ser mentalmente fuerte, y resistir”.
Pero, del mismo modo que el pino, al final la fuerza siempre que
acaba, el peso termina cediendo y terminamos rotos y doloridos.
Porque no buscamos alternativas y
opciones
Porque seguimos siendo rígidos